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20 de septiembre de 2015

Un jardín de senderos que se bifurcan

Si no hay paisaje, se inventa. Los arquitectos Laura Soto y Adrián Aguilar consiguieron su propio vivero a partir de un lote amorfo y; por ende, complicado. El resultado es un jardín interior tras cada metro cuadrado construido.

Después de 30 años viviendo en una amplia casa familiar, el cliente de Adrián Aguilar y Laura Soto decidió cambiar de aires. Por eso compró un lote en Escazú en donde llevar sus miles de libros, sus orquídeas, sus muebles “viejos”; su vida entera.

A partir de las necesidades, los arquitectos elaboraron un minucioso plan que aprovechó la extensión del terreno y la historia personal para crear un refugio repleto de pequeños pero constantes jardines -verde aquí, verde allá- para ver pasar el mundo de allá afuera y seguir cultivando el mundo acá adentro.

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Fotografía Revista Image, Copyright

El perímetro

Desde el perímetro, los arquitectos tomaron una decisión clave: liberarse de las colindancias para que los espacios tuvieran siempre un acceso de luz y ventilación natural, y sus aperturas dieran siempre a uno de muchos jardines (pequeño, angosto, amplio, privado, público); a uno de muchos…

Precisamente, el perímetro del lote marca una forma confusa que, sin embargo, se convirtió en el principal elemento de diseño. A partir de él, el programa y el diseño creció o decreció, se ubicaron áreas públicas y privadas, se aportó ciudad, se retiró de las colindancias, se quebró su eje, se sembraron setos esculturales o, en cambio, jacarandas aún tímidas.

Para entender la forma del lote, podemos disgregarla en dos partes: la primera, en la que se encuentra el acceso y un volumen central de dos niveles, tiene forma cuadrada y su fachada mira al este; la segunda, contigua a esta, se angosta, forma un rectángulo y gira cerca de 30 grados hacia el noroeste.

En el acceso, los arquitectos resuelven y aprovechan un ligero desnivel a partir de dos soluciones: la cochera supone subir en auto una pequeña pendiente, mientras el acceso a pie se da a través de un jardín con papiros y bromelias y una escalinata en concreto.

Esto permite que el nivel se aprecie de una mayor altura y que los jardines no estén ocultos al resto de los vecinos del residencial; muy en cambio se abren a este gracias a un cerramiento mínimo que se difumina y convierte el retiro de calle en un jardín compartido con todos. “Lejos de decir: de aquí para adelante es mío, es hacer una transición entre lo público y lo privado con un área más abierta”, explica Aguilar.

El acceso desde la cochera lleva directamente hasta la cocina, al mover un vitral corredizo de motivos florales. Desde la escalinata, en cambio, un paño continuo de madera marca el acceso principal a través de una puerta en pivote casi oculta entre las tablillas.

Junto a esta, un paño de ladrillo que no toca sus colindancias empieza a sugerir un juego de vacíos que será constante a lo largo de la obra: entre los distintos materiales, y a modo de transiciones, los arquitectos utilizaron paños de vidrio o, simplemente, la ausencia, y con ella demarcaron paños limpios y crearon transiciones en extremo sutiles.

Cruzado el umbral, ese vacío se vuelve elemento articulador: en el plano vertical el vestíbulo toma doble altura, mientras que en el horizontal se quiebra los 30 grados del resto del lote.

A la izquierda del vestíbulo se ubica la cocina, el área de servicios, bodegaje y el acceso desde la cochera, pero también se ubican los escalones en voladizo, apenas como flechas clavadas en el concreto, para que suba quien atisba encontrar un tesoro o cerrar con final feliz la película.

La doble altura está marcada por tres lámparas de papel que simulan flores de loto, adquiridas en Puerto Viejo de Talamanca. Los motivos florales en el papel y en el concepto no hacen sino reforzar el concepto general –mínimo y detallista– de toda la obra.

El único espacio ubicado en el segundo nivel es el estudio, que marca el volumen de la fachada como un ojo vigilante que no parpadea, mirando siempre hacia el este. Las ventanas permiten que la casa alcance a mirar hacia el centro de San José: desde allí se atisba, con claridad, la Contraloría, el Estadio Nacional… y además –si el clima lo permite– La Candelaria, el volcán Irazú… incluso el volcán Turrialba.

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Fotografía Revista Image, Copyright

 

El paisaje

Mientras el jardín de bromelias imperiales y papiros adorna el retiro de calle y una jacaranda avanza despacio sobre los muros de la cochera, el desarrollo espacial de la obra en sus interiores mantiene una relación continua de fugas hacia un jardín perimetral entre el área privada y la colindancia, otro amplio que rodea la sala-comedor, y otro al extremo oeste del lote, junto a las habitaciones.

Todo el perímetro está colmado de setos, aunque en el extremo trasero (noroeste) este se amplía con árboles mayores y bambú. “Queríamos que siempre hubiera apertura y relación entre el interior y el exterior”, explica Soto. “Como el espacio alrededor de la casa es grande, pero entre el espacio construido y la colindancia no hay tantos metros, buscamos trabajar un borde concreto que definiera esa unidad en torno a todo el proyecto, pero siempre mantener una distancia para tener perspectivas y aperturas”.

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La elección de cada inquilino de los jardines estuvo definida por las vistas desde cada espacio. “Los elementos de acento responden a las visuales”, explica Soto. “Desde el baño vemos el bambú negro, desde el dormitorio principal vemos el guayacán real y tres palo verde, desde el vestíbulo la jacaranda”.

“Dejamos un perímetro libre para permitir iluminación y ventilación natural, que desde todos los espacios se tuviera visión de un jardín, un espacio abierto, verde, que es muy preciado y aún más en un contexto urbano”, coincide Aguilar. “Los patios debían funcionar como termorreguladores, permitiendo que la temperatura de la casa estuviera más estable por el flujo de viento y la protección de la luz”.

 

Los 30 grados

El quiebre en el eje del lote coincide con la extensión horizontal de la obra. En este volumen se extienden, en un ala, la sala-comedor -con una extensa cubierta de madera junto a la habitación principal, y en otra una sala de televisión, con un jardín que lo separa de la habitación secundaria. Entre ambos, un particular pasillo que los articula.

El lote tan profundo nos iba a generar una circulación considerable -explica Soto-, por lo que los libros fueron la excusa perfecta para no tener un pasillo sino una biblioteca”. “Fue la excusa -refuerza Aguilar- para hacer un pasillo útil”.

Se trata de cerca de 10 metros lineales cubiertos de libros de piso a techo, en donde se aprovecharon los libreros antiguos del cliente. A la espalda de este pasillo se ubicaron otros muebles de grandes dimensiones -dos trasteros con piezas de vidrio y porcelana, recuerdos de vida- que el cliente conservó de su antigua vivienda.

El resto de los muebles de la sala-comedor también cuentan una historia de vida, y este espacio fue creado explícitamente para ponerlos en valor.

Al fondo del lote, fueron ubicadas las habitaciones; áreas donde se quiere más privacidad.

“Lejos de ser una limitante, nos sirvió para ordenar el espacio”, añade Aguilar. “La biblioteca la vimos como la oportunidad de generar un elemento ordenador que dividiera el espacio público del privado, y entonces se utilizó la espalda para separar la sala-comedor de la sala de televisión y el pasillo que comunica con los dormitorios”.

Además de los elementos de vida que brindan personalidad y calidez a los espacios, estos se van articulando a través de vacíos que les permiten dialogar entre sí y con el exterior. Además, los materiales encuentran estos espacios de transición -vacíos o transparencias- para volverse ligeros, francos y hacer coherente y legible el espacio.

“Para nosotros es importante hacer arquitectura contemporánea que sea cálida y habitable”, confirma Soto. “Más aún en las casas, que expresan mucho de lo que es la persona y donde esta debe sentirse cómoda”.

La obra final es un diálogo constante entre materiales, texturas, espacios internos, externos, arquitectura, paisaje, libros y orquídeas. En la conversación, cada idea se destaca concisa y clara por separado, y juntas, a su vez, suponen un texto fluido, luminoso y humano.

Proyecto:
Estilo: Arquitectura contemporánea
Arquitectos: Adrian Aguilar
Arquitecta del Paisaje: Laura Soto Bernardini
Fotos casa: Revista Image

Categoría: Arquitectura, Proyectos
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